miércoles, 18 de noviembre de 2020

Un vigilante de seguridad rescata a un invidente desorientado que acabó caminando por la autovía en Málaga

 «Nada más escuchaba el ruido de los coches pasando a mi lado, pero sólo él se paró a ayudarme», relata el afectado


Eran las seis y pico de la mañana de un día más en la vida de Juan Angel Burgos (53 años, Cruz de Humilladero, Málaga). No puede ver, pero conoce su barrio y sus calles como si fuesen las habitaciones de su casa. Ese 31 de octubre salió temprano para comprar el pan y a la vuelta decidió dar un rodeo porque hacía buena temperatura. «No me preguntes cómo, pero empecé a escuchar el sonido de los coches pasando por mi lado a toda velocidad, hacían 'piuf', por la derecha, por la izquierda». Se había colado en la autovía, a la altura del Palacio de Ferias y Congresos. El paseo pudo acabar «muy mal», pero entre todos los conductores hubo uno que decidió jugarse el tipo para ponerlo a salvo. Era Ricardo Gómez, un vigilante de seguridad privada que volvía a casa. «Me salvó la vida, así, tal cual».

Juan recuerda que nadie pitaba, solo sonaban las estelas de los coches pasando «muy cerca». «Tengo el oído muy fino, me di cuenta de que estaba donde no debía». Ayudado por su bastón consiguió colocarse en un lateral de la carretera –que identificó al palpar los quitamiedos– y comenzó a levantar los brazos por si alguien podía ayudarle. Y entonces escuchó su voz entre el tráfico. «Alguien empezó a gritar, lo oía perfectamente, estaba delante de mí, a bastantes metros». Era el vigilante, que pese a que se detuvo una vez identificó la situación, se había separado unos 200 metros del invidente.

Guiado por la voz de Ricardo, Juan consiguió detenerse en un lugar seguro hasta que ambos se reunieron. «Me dijo que estaba en la autovía en dirección Torremolinos y yo me quedé muy sorprendido, yo quería volver a casa». El vigilante llamó a la Guardia Civil de Tráfico, se identificó y pidió ayuda urgente. Estaban en mitad de la autovía y cualquier movimiento podía ser fatal.

Los agentes llegaron al poco tiempo y se hicieron cargo de la situación. Decidieron llamar a una ambulancia porque, «sin darme cuenta», Juan se había dado varios golpes en la rodilla. «Ni siquiera sé contra qué», relata, pero la cuestión es que cojeaba y le dolía «bastante», sobretodo cuando consiguió relajarse y sintió que el peligro había pasado.

Los guardias civiles relevaron a Ricardo, que regresó a su domicilio. «Los guardias fueron muy buena gente conmigo, su turno estaba a punto de terminar pero se quedaron a mi lado hasta que llegó la ambulancia, yo creo que nos hicimos amigos», bromea. Recuerda que fueron «amables», que le gastaron bromas para relajarse y que se despidieron con una sonrisa. «Quedamos en que le iba a poner un GPS al bastón».

A los pocos días, Ricardo hizo por contactar con Juan. Quedaron y se dieron la mano. Ricardo prefiere evitar el protagonismo en esta historia. Solo pide que su caso sirva para reflejar el valor de sus compañeros de profesión: «Los vigilantes de seguridad podemos hacer, y hacemos, mucho por la sociedad».

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